2008/02/14

Nota a la "Pequeña antología" de Ulrike Meinhof


Por Manuel Sacristán
8 de Junio de 1976. En: Ulrike Meinhof, Pequeña Antología, Barcelona, Anagrama, 1976.

Con esta reducida y apresurada antología no se pretende mucho más que facilitar el recuerdo de una víctima en verdad nada típica, pero sí muy característica, de esta sociedad, intentando ayudar a la comprensión de lo que hizo, documentando brevemente el desarrollo de sus motivaciones y de su pensamiento hasta la etapa final de su vida. Es una antología desequilibrada, además de breve: no contiene ningún artículo anterior a 1960, ni de los años 1961, 1963, 1965. Y sólo presenta un artículo de cada uno de los años 1960, 1962, 1964 y 1966. En cambio, da cuatro de 1967 y ocho de 1968. Ese desequilibrio obedece a una hipótesis que no se debe callar al lector: la de que la fase en la que se decide la actitud final de Ulrike Meinhof comprende esos dos años 1967 y 1968. Los argumentos de los años anteriores sirven sobre todo para documentar el largo arrastrarse de los problemas políticos y sociales de los que arrancó la actividad organizativa y publicística de Ulrike Meinhof: también documentan así, indirectamente, la derrota de los esfuerzos democráticos por evitar la involución política de Alemania tras las esperanzas suscitadas por la derrota del nazismo. Desde 1959 propaga Ulrike Meinhof la necesidad de resistir contra las leyes de emergencia; pero trece años más tarde, en la cárcel, con esas leyes represivas ya promulgadas (y por la socialdemocracia, no sólo por la derecha tradicional), tendría que escribir contra algo mucho peor, más claramente neofascista: los decretos contra los radicales de 1972, obra de un gobierno de coalición del Partido Socialdemócrata y el Partido... Liberal. Aunque la motivación de esta antología sea sólo contribuir a un recuerdo de Ulrike Meinhof, sin embargo, ya esa intención requiere unas cuantas rectificaciones de errores difundidos por la prensa a raíz de su muerte. No se trata de hacer ninguna apología, aunque un homenaje a esta víctima, como a cualquier otra, estaría justificado. Pero impide limitarse a ello (y precisamente por fidelidad del recuerdo) la importancia que los problemas entre los que ha vivido Ulrike Meinhof tienen para una política revolucionaria. Seguramente por eso la persona que más conoció a Ulrike Meinhof –su madre adoptiva, Renate Riemeck- creyó necesario referirse críticamente a ella en dos ocasiones, la más reciente ya posterior a su muerte. Sólo la debilidad y el aislamiento de la izquierda alemana explican que la admirable Renate Riemeck –animadora y dirigente de la única resistencia algo popular a la restauración conservadora en la República Federal durante lo peor de la guerra fría- sea poco conocida por los demócratas europeos. Renate Riemeck registraba en 1972 la consunción de la onda agitatoria iniciada en Alemania en 1967 y reforzada por los hechos de mayo de 1968 en Francia ("La agitación se ha apagado porque las ideas confusas no hacen un programa político y los conceptos nebulosos no tienen fuerza coordinadora") y, sobre ese fondo, describía así la penúltima época de su ahijada, la fase de clandestinidad: "Ulrike Meinhof se ha quedado sin tierra bajo los pies. Su visión del futuro corresponde al nivel de consciencia de los adolescentes que pueden saltarse el presente y despreciar tranquila e inocentemente el pasado. Ulrike habría debido saber de qué hablaba. Para reanimar su viejo amor por el vagabundo Knulp de Hermann Hesse no necesitaba disfrazarse ella misma de vagabunda redentora. No estaba ya en los diecisiete años, y sabía que sólo se consigue consciencia revolucionaría cuando se ponen fundamentos racionales y objetivos claros". Renate Riemeck tiene tanta razón en ese juicio como en este otro que es, además, un presentimiento (y hasta un epitafio), desgraciadamente acertado, del final de la historia, escrito con cuatro años de anticipación: "Ahora está (Ulrike Meinhof) férreamente atenazada por el destino del grupo. No le abandonará, sino que preferirá morir antes que hacer algo que le parezca traición. Ulrike Meinhof: la ira contra los males del mundo la empujó a huir de la realidad".
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En la prensa semanal han aparecido errores tontos (aunque a veces malintencionados) ante los que no vale la pena detenerse. Baste con recordar de paso que es falso que el padre de Ulrike Meinhof muriera a consecuencia de una depresión profunda (que hubiera traumatizado a Ulrike cuando tenía cinco años): murió de una grave enfermedad orgánica, como su madre; que es poca sería la insinuación de que en sus últimos tiempos Ulrike estuviera mentalmente alterada por causa de un tumor cerebral, pues el tumor de que se trata le fue operado no recientemente, sino en 1962, y el lector tiene en esta antología muestras de su razonamiento y su percepción de la realidad en los años siguientes; y que también es inconsistente la pretensión de algunos periodistas de explicar la conducta de Ulrike Meinhof por supuestas complicaciones pasionales de su relación con Andreas Baader, un destacado miembro de la Fracción Ejército Rojo (FER): entrando por un momento en el mundo mental de esos periodistas, se puede indicar que acompañante asiduo de Ulrike Meinhof en sus últimos tiempos de libertad no fue Baader, sino Müller, sobre el cual más vale no razonar, sino sólo mirar y pasar, porque traicionó al grupo y actuó de delator ante la policía. Pero al lado de esas falsedades, que se encuentran sobre todo en prensa de entretenimiento, están las destinadas a públicos más interesados por cuestiones políticas. De ellas vale la pena mencionar dos: - El sociólogo Helmut Schelsky ha afirmado que la FER se proponía implantar una “tiranía profética” en cuya preparación Ulrike Meinhof desempeñaba el papel de “sacerdotisa de la violencia”. Seguramente la lectura de las pocas páginas de esta antología bastará para mostrar la implausibilidad de esa interpretación de Schelsky, la incoherencia entre la figura que él dibuja y las raíces filosóficas de Ulrike Meinhof. (Otros pensamos, dicho sea de paso, que los catedráticos reaccionarios son levitas de una hierocracia parasitaria de letratenientes). - La otra falsedad principal de este tipo es la deformación ideológica del pensamiento político de Ulrike Meinhof y de toda la FER. El error que consiste en enmarcar la actitud de Ulrike Meinhof en el Sesentayochismo no necesita refutación: lo subsanan las simples fechas (lo que no quita que el Sesenta y Ocho haya tenido, efectivamente, mucha influencia en el pensamiento político ya maduro de Ulrike Meinhof). Más sutil es la costumbre que tienen muchos publicistas y las instancias policiales de llamar “anarquista” a un grupo que se considera a sí mismo fracción de un ejército rojo. Me parece que esa impropiedad revela el prejuicio de que la FER es un grupo de inconsecuentes sin pensamiento serio, y también la tendencia a ensombrecer la palabra “anarquismo” haciéndola sinónimo de “explosiones” y “muerte” (las órdenes de captura dictadas contra el grupo hablan de “delincuentes violentos anarquistas”). Dos pájaros de un tipo. Pero sobre este punto los presos de Stuttgart-Stannheim (cuando, ya muerto Holger Meins, eran todavía cuatro: Andreas Baader, Gudrun Ensslin, Ulrike Meinhof, Jon Carl Raspe) tuvieron ocasión de expresarse con precisión en la entrevista por escrito que les solicitó el semanario liberal Der Spiegel en enero de 1975. Es sumamente probable que la redactora de las respuestas fuera Ulrike Meinhof:
“PREGUNTA: ¿Cómo se consideran ustedes a sí mismos? ¿Se consideran anarquistas o marxistas?
RESPUESTA: Marxistas. Pero el concepto de anarquismo de los servicios estatales (…) es un intento de aprovechar para el estado imperialista la vieja disputa entre el marxismo revolucionario y el anarquismo revolucionario. (…) Más, de acuerdo con esa falsa comprensión del marxismo, Lenin era anarquista y su obra Estado y Revolución sería un libro anarquista (…)”
No he recogido entre los puntos merecedores de rectificación el frecuente reproche despectivo, dirigido a los miembros de la FER, de que se trata de un grupo de “desesperados” o, como se dice en varias lenguas europeas, con un término castellano corrompido, “desperados”. (Por cierto que, aunque alguna vez se recuerda que los castellanos hemos suministrado al léxico político el término “liberal”, no se suele recordar que también hemos ofrecido el complemento: “desesperado”.) No lo he hecho porque esta cuestión es más larga de tratar. No es raro que unos marxistas o unos demócratas radicales se desesperen de vez en cuando en la República Federal Alemana (o en la Democrática, por lo demás). El fiscal general de la República Federal, Siegfried Buback, considera que incluso las últimas disposiciones restrictivas de la libertad de ejercicio de los abogados defensores, agravadoras del derecho penal material y hasta limitadoras de la libertad de prensa, son una sana reacción contra un período en el cual “se inhibió la función del Estado en la garantía de la paz interior.” (Obsérvese que ese período que a Buback le parece de libertinaje no reconoció a los comunistas más domicilio que las cárceles.) Por eso opina el fiscal general que “legislar más duramente la detención es una de las medidas que se pueden entender como una especie de rectificación de las anteriores liberalidades, que iban demasiado lejos”. Se puede admitir que en un país cuyo fiscal general, habiendo vivido el pasado reciente que sabemos, opina cosas así, debe haber bastantes “desperados”. De todo eso sabemos aquí lo suficiente, por otra parte, para no arrojar la primera piedra a nadie. Los entonces cuatro de Stuttgart lo sabían también, y se expresan al respecto en la entrevista antes citada: “Desde 1918/1919 la burguesía imperialista, su Estado, tiene la iniciativa de las luchas de clases en Alemania, y está a la ofensiva contra el pueblo, hasta el aplastamiento completo de las organizaciones del proletariado bajo el fascismo, de modo que la derrota del viejo fascismo no se produjo por una lucha armada aquí, sino por el ejército soviético y los aliados occidentales. (…) Aquí no ha habido resistencia antifascista armada, como la hubo en Francia, Italia, Yugoslavia, Grecia, España e incluso Holanda. Los aliados occidentales destruyeron inmediatamente, en el 45, los conatos que había. Eso significa, para nosotros y para la izquierda legal, que aquí no hay nada con qué enlazar, nada ya dado organizativamente o en la consciencia del proletariado, ni siquiera tradiciones democráticas republicanas.” Lo que a muchos observadores parece ceguera de “desperados” tiene, pues, su explicación. Y probablemente tiene, además, sentido y una sensatez considerable. Renate Riemeck, con la penetración que le da su superior conocimiento de Ulrike Meinhof, ha observado que ésta, bastante mayor que los estudiantes del 68 y formada mucho antes y más solidamente que ellos, tuvo siempre reservas respecto del movimiento principalmente universitario (en Alemania, exclusivamente universitario-intelectual) al que se suele aludir con aquella fecha, pero que, por otra parte, no se resignó nunca –como, en cambio, se han resignado tantos estudiantes de los de entonces- al enfriamiento de aquella chispa, sino que se entregó luego a "una especie de desesperación tozudamente no resignada que la condujo a juicios erróneos". En Ulrike Meinhof no han dejado nunca de vivir las esperanzas que el Sesenta y ocho dio a mucha gente que se afanaba desde mucho antes. La vena sesentayochista de Ulrike Meinhof ha sido tan auténtica como lo era todo en ella. Esa autenticidad –en esto no me parece acertada Renate Riemeck- no es nada adolescente. Y a propósito de la "especie de desesperación" tozuda que la ha llevado a errores, cosa innegable, habría que añadir que no sólo a errores, sin embargo. El paso siguiente de la entrevista de enero de 1975 (cuya redacción ya he dicho que atribuyo a Ulrike) será todo lo inquietante que se quiera, pero no resulta evidente que sea un error: "Hoy la política revolucionaria tiene que ser a la vez política y militar. Eso se desprende ya de la estructura del imperialismo, del hecho de que el imperialismo ha de asegurarse su poder –hacia dentro y hacia fuera, en las metrópolis y en el Tercer Mundo- de un modo primariamente militar, mediante alianzas militares, intervenciones militares, programas de antiguerrilla y de "seguridad interior", que son desarrollo de un aparato de violencia. A la vista del potencial de violencia del imperialismo, no hay política revolucionaria sin solución de la cuestión de la violencia en cada fase de la organización revolucionaria"
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Creo que estas columnas de "konkret", la revista cuya principal animadora fue Ulrike Meinhof, se deberían completar con una selección de escritos de la cárcel. Pero lo que hoy se puede recoger es todavía demasiado poco y demasiado fragmentario. Las pocas notas informativas puestas a algunos artículos de Ulrike Meinhof son todas de la presente antología en castellano.