2008/02/13

Cuando empieza la vista


Prólogo de Manuel Sacristán a Heinrich Böll, Garantía para Ulrike Meinhof, Barcelona, Seix Barral, 1976.

Este volumen, compuesto por Frank Grützbach, recoge piezas de una polémica en los grandes medios de comunicación y difusión alemanes: periódicos diarios, semanarios, radio, televisión. La controversia se sitúa en la inveterada pugna entre la derecha social y los intelectuales liberales, progresistas o críticos. No es, sin embargo, muy representativa del tipo tradicional de estas disputas, porque, como lo comprobara el lector, hombres de iglesia se encuentran –como el desencadenador de la polémica, Heinrich Böll, que es él mismo un hombre religioso- entre los que intentan proteger a la “banda” de “terroristas” Baader- Meinhof de la histeria que desencadena contra ellos la violencia del sistema y, en cambio y por ejemplo, el escritor Günther Grass, tambor mayor de la propaganda del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), ironiza en un sentido en última instancia opuesto. (Las intervenciones aludidas se encuentran bajo las fechas 27-I-1972 y 5-II-1972.) Pero, a pesar de complicaciones como ésa –que quizás sean sólo detalles de una época de transición en la recomposición de la tradición de izquierda entre los intelectuales-, el volumen presenta numerosas muestras de la rotundidad con que los conservadores reaccionan contra la sensibilidad de los intelectuales liberales para con las complicaciones de la vida social. Valga como ejemplo esta afirmación de un colaborador del seminario Quick: “El que, como Heinrich Böll, o también el profesor Bruckner y sus compañeros de ideas, muestra una consciencia tan escindida es a la larga un peligro mayor para nosotros que Ulrike Meinhof y sus pistoleros” (2-II-1972).
La misma preeminencia dada a Ulrike Meinhof en la polémica, en el título del artículo de Böll e incluso en el ambiente en el que acaba de empezar el proceso contra algunos miembros del grupo, remite al medio de intelectuales en el que se desarrolla la discusión, porque Ulrike Meinhof, que llega al grupo tardíamente y es mayor que todos sus compañeros (tiene 40 años cumplidos: Baader, el más joven de los ahora juzgados, tiene 32), es también la única con un historial de intelectual destacada. La situación policíaco-procesal no justifica que se subraye así el caso de Ulrike Meinhof. El ministro federal del interior dijo en mayo de este año que había setenta presos del grupo Baader-Meinhof (Rote Arme Fraktion, Fracción del Ejercito Rojo, FER), detenidos entre 1972 y el atentado en que murió el juez Von Drenkmann en 1974, y 24 detenidos después. A eso hay que añadir los seis detenidos tras el atentado de Estocolmo (de los que se afirma que pertenecen a un grupo, el “2 de Junio”, nacido con posterioridad a la FER, pero parte del mismo movimiento). El ministro añadió que la policía buscaba aún a 27 personas consideradas “peligrosas” y a 100 consideradas “seguidores”, y que estimaba en 200-300 el número de los simpatizantes que dan apoyo a estos revolucionarios designados oficialmente con la expresión “violentos anarquistas de diferentes grupos, buscados con orden de detención”. Tampoco es Ulrike Meinhof la única acusada en el proceso de Stuttgart-Stannheim –proceso bastante cargado, al que se prevé, muy poco precisamente, una duración de uno a tres años y en el que, en cualquier caso, se ha de oír a casi 1.000 testigos, estimar casi 1.000 peritaciones de unos 80 peritos y dominar un sumario de unos 50.000 folios-, sino que con ella comparecen Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan Carl Raspe, y habría tenido que comparecer también Holger Meins si no hubiera muerto antes, durante la huelga de hambre del grupo en protesta por su larga prisión preventiva en parcial incomunicación.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que toda la polémica presentada en este volumen es anterior a la detención de cuatro de los cinco procesados en Stuttgart. El volumen se cierra el 23 de Febrero de 1972. En esa fecha, el único miembro preso de lo que la prensa alemana llama el “núcleo duro” de la FER era Gudrun Ensslin. Baader, Meins y Raspe fueron detenidos el 1 de junio de 1972 en Frankfurt, Meinhof lo fue el 15 del mismo mes en un lugar de la Baja Sajonia, Langenhagen, entregada a la policía por uno de esos intelectuales liberales de consciencia escindida que tanto inquietan a la derecha. Ulrike Meinhof se había refugiado en su casa. Ahora bien, en la situación anterior a la detención del “núcleo duro”, Böll y otros intelectuales liberales no tenían sólo motivos de afinidad para ver en Ulrike Meinhof la personificación de toda la tragedia. Algunos, como Klaus Rainer Röhl, ex-marido de Ulrike Meinhof y antiguo editor de “konkret", se debieron mover, en parte al menos, por motivos muy personales (es patéticamente llamativo que en sus artículos Röhl no hable nunca de “grupo Baader-Meinhof”, sino sólo de “grupo Baader”); pero los más se han visto movidos por la gran representatividad de Ulrike Meinhof. Sus diez años largos de columnista en una de las pocas revistas de la pobre izquierda alemana que ha tenido una proyección algo masiva –“konkret”- han dado de sí una articulación y formulación muy completa de la evolución que lleva de las primeras resistencias universitarias contra la guerra fría hasta el proceso de Stuttgart. (Mucho antes de que empezara la oposición estudiantil a la guerra fría, al armamento atómico y a la guerra del Vietnam, los mutilados restos de la izquierda obrera organizada habían luchado ininterrumpidamente –aunque, la verdad sea dicha, a la desesperada y con poco resultado- por esas mismas causas, hasta que la sentencia del Tribunal Constitucional, declarando fuera de la Ley al Partido Comunista a mediados de los años cincuenta, los lanzó a las cárceles y a la clandestinidad. Tendría mucho interés estudiar detalladamente la actitud de los democristianos (CDU/CSU), los liberales (FDP) y los socialdemócratas (SPD) ante aquel proceso. Pero no es éste el momento de hacerlo.)
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Por su condición de portavoz asidua, no por los actos ilegales que se le imputan en Stuttgart, es Ulrike Meinhof tan representativa de la trayectoria de la “nueva izquierda” alemana que ella convocaba en 1962. Ulrike Meinhof nació el 7 de octubre de 1934. Su madre, Renate Riemeck, ha sido una de las dirigentes más destacadas de la Unión Alemana por la Paz. En la fase final de la guerra fría estilo Foster Dulles, luchar contra la cual fue el principal objetivo de la Unión, Ulrike Meinhof, entonces estudiante de literatura en la Universidad de Münster, Westfalia, formó parte de un grupo de acción contra lo que entonces se llamaba La Bomba, y desempeña su papel en el Congreso de Berlín contra el armamento atómico. Es el año 1959: en otoño se celebra la entrevista de Camp David entre Eisenhower y Jruschov, que encarrila el acuerdo sobre desarme controlado. Aquel acuerdo no sirvió para casi nada, como sabemos hoy, pero entonces suscitó grandes esperanzas. Ese otoño empezó Ulrike Meinhof sus columnas en “konkret”. “konkret” había sido hasta entonces un papel muy modesto –a menudo sólo cuatro páginas de máquina plana a una sola tinta- que apareció irregularmente y se vendía casi sólo en las universidades. En la de Münster, poco, y entre las miradas hostiles de una aplastante mayoría “negra”. Entre las causas de que llegara a ser en algún momento el principal periódico de la izquierda –no sólo de la nueva- hay que contar las columnas de Ulrike Meinhof.
Los ejes de esas columnas sin durante mucho tiempo la distensión internacional, la lucha contra el rearme y el armamento atómico de la República Federal de Alemania (RDA) y la lucha por la democratización del Estado, lucha sentida, en realidad, como resistencia a un proceso de restauración, que más tarde Ulrike Meinhof entenderá como fascistización. El primer proyecto de leyes de emergencia, el del ministro Schröder –un cristianodemócrata de derecha (en cualquier país del sur europeo se le consideraría un fascista pobre de ideología)-, en, en efecto, de enero de 1960. Con el paso de los años, esos ejes de la actividad periodística de Ulrike Meinhof se adentrarán en terrenos nuevos y sí, por ejemplo, la campaña por la paz se hará con naturalidad campaña antiimperialista. Sus columnas no perderán su orientación, aunque cambiarán algo de tono.
En la primera mitad de los años sesenta, pese a la frecuencia de acontecimientos políticos preocupantes, las columnas de Ulrike Meinhof se mantienen en un tono animado, tranquilo, que refleja la sensación de movimiento en desarrollo, de organismo en crecimiento, que tiene por entonces la izquierda alemana estudiantil e intelectual. Ulrike Meinhof escribe hasta llamamientos tan sin problemas como éste: "Al que pregunte, ¿qué se puede hacer, qué se puede hacer contra las armas atómicas, contra la guerra, contra un gobierno que no negocia [el problema centroeuropeo con la URSS y la RDA], sino que sólo se rearma?, se le dirá dónde puede apuntarse para la marcha de Pascua de 1963” ("konkret", 4/1963). Y eso que el año anterior había habido la crisis de Berlín, y que aquel mismo año se había presentado (en enero) a la Dieta Federal el segundo proyecto de leyes de emergencia y que en noviembre sería asesinado el presidente Kennedy. Es verdad que también ese año, el 5 de agosto, se firmó en Moscú el tratado de prohibición de las pruebas atómicas. Tampoco ese tratado sirvió para mucho, pero todavía hoy se comprueba el alivio que supuso, especialmente para los centroeuropeos. La sensación de alivio da un marco adecuado a la confianza optimista en procedimientos políticos como las "Marchas de Pascua": la de 1963 se orientó especialmente contra las leyes de emergencia.
Incluso la ruptura definitiva de la socialdemocracia con la tradición socialista se podía asimilar sin graves traumas cuando aún imperaba un estado de ánimo esperanzado, de movimiento progresivo que crece sin roturas (y sin que, por otra parte, la constancia del movimiento estable de la economía capitalista –del "milagro económico"- facilite la defensa contra la insinuación de los valores del sistema). Tras el Congreso de Karlsruhe de la SPD, Ulrike Meinhof titula una de sus columnas El mal menor ("konkret", 12/1964). El mal menor es la socialdemocracia. No parece dudoso que ese fuera en aquel momento el sentir de la mayoría de la gente de izquierda en las facultades y en las redacciones.
En la primavera de 1965 ocurre algo que se puede tomar como punto crítico en la maduración de una consciencia antiimperialista en los grandes países del capitalismo: los bombardeos de Vietnam del Norte por decisión de la administración Johnson. Muy poco después empieza a notarse la crisis económica que alcanzará su punto más bajo a finales de 1967. Los motivos críticos de los jóvenes universitarios norteamericanos encuentran en Alemania un fundamento conceptual bastante más sólido que en otras universidades, a saber, las tradiciones más o menos intensamente marxistas de centros como el Instituto de Frankfurt o de cátedras desempeñadas por socialistas inequívocos, como Abendroth o Hofmann. Es un momento políticamente difícil para la gran burguesía alemana, porque la crisis económica está agotando el único prestigio de la Democracia Cristiana de Ludwig Erhand, dejando a éste en ridículo como economista y sociólogo de la "sociedad formada". El Partido Socialdemócrata salva la situación, de acuerdo con su viejo papel en Alemania: en noviembre de 1966 se concluye la "gran coalición" entre la SPD y la CDU, un pacto por el cuál los socialdemócratas entran en el gobierno con un canciller democristiano (Kiesinger.) La decepción de la izquierda alemana ante la desaparición incluso del mal menor es grande.
Sobre todo porque ya en febrero de 1967 ese gobierno con socialdemócratas en vez de clausurar el tenaz esfuerzo de la derecha por conseguir rellenar la "laguna" de un derecho de emergencia, presenta a la Dieta Federal el tercer proyecto del mismo. Ulrike Meinhof tiene aún ocasión de comentar la decepción con el lenguaje de ritmo largo y discursivo natural en los tiempos de cotidianeidad sin sobresaltos, antes de que éstos se acumulen en los tensos años 1967/1969. Así escribe en el nº 1 de "konkret" de aquel año, bajo el título El proceso de clarificación: "La adhesión de Dahrendorf [destacado jurista y sociólogo del Partido Liberal, FDP] a la gran coalición es [...] instructiva. Hace poco más de un año escribía aún: 'La gran coalición termina con la lucha de partidos como instrumento de un régimen democrático [...] El precio lo paga la sociedad alemana con la vitalidad de sus instituciones democráticas'. Una de esas instituciones es la Universidad alemana; dentro de la Universidad, el mismo Dahrendorf se había convertido en institución; ideólogo principal de la admisión del conflicto [...], ha depuesto luego la actitud con la cual había podido ser eficaz la oposición y se ha puesto al servicio de los que han cortocircuitado el conflicto. La fórmula, presentada al margen de los partidos, resulto puro formulismo, voceado no para hacer sitio a la oposición del trabajador industrial frente al management y al capital, a la oposición frente al gobierno, al parlamentarismo frente al ejecutivo; no fue más que una generalización aguda y sin compromiso, con la cual no se trataba de abrir trincheras en la clase de los dominantes, sino a lo sumo, de asesorarlos estilísticamente".
Si ya la decepción respecto de las opciones liberales o por el "mal menor" socialdemócrata permitía prever una salida explícitamente socialista y revolucionaria a la nueva izquierda alemana, los hechos del 67 y el 68 aumentan la probabilidad de ese desarrollo. El 2 de junio de 1967, al final de una manifestación antiimperialista, la policía berlinesa mata de un disparo a bocajarro a un estudiante que caminaba solo y sin armas de ninguna clase, Benno Ohnesorg; y el Jueves Santo de 1968 se produce el atentado contra Dutschke, uno de los portavoces más visibles del movimiento socialista estudiantil. El lenguaje de Ulrike Meinhof cambia, como cambió el estado de ánimo del movimiento: Se acabó la broma ("konkret", 5/1968) y hay que utilizar "medios distintos de los que han fracasado, puesto que no han podido impedir el atentado contra Rudi Dutschke".
El movimiento estudiantil –que ya era más que eso, era la Oposición Extraparlamentaria, OEP- reaccionó al atentado con un ataque a los periódicos de la cadena Springer, que venían llevando desde hacía tiempo una campaña de incitación a la violencia contra la izquierda. Axel Springer es un buen ejemplo del financiero que se construye un poder político penetrando tentacularmente con su dinero en los medios de comunicación de masas. Las acciones contra la prensa de Springer se extendieron por una veintena de ciudades; en ellas hubo dos muertos y cuatro centenares de heridos; la policía detuvo a unas ochocientas personas. Las formulaciones de Ulrike Meinhof en aquella ocasión articulaban seguramente el pensamiento más autocrítico y más cauto de la OEP: "[...] ahora que se han saltado las ataduras de los Buenos Modales y la Decencia, se puede y se tiene que discutir de nuevo, desde el principio, sobre la violencia y la contraviolencia. La contraviolencia, tal y como se ha practicado en estos días de Pascua, no es adecuada para despertar simpatía, para atraer a liberales espantados al lado de la opinión extraparlamentaria. La contraviolencia corre el peligro de convertirse en violencia, en la cual la brutalidad de la policía dicta la ley de la acción, una cólera impotente sucede a la racionalidad reflexiva y se contesta con medios paramilitares a la intervención paramilitar de la policía" ("konkret", 5/1968).
El último esfuerzo (baldío) por evitar la aprobación de las leyes de emergencia, la impresión –por otra parte- de los hechos de mayo y junio en Francia, la tensión en el Pactode Varsovia: todo eso contribuye, en unos a la radicalización de las tácticas (en otoño, Baader y Ensslin causan, según dicen sus condenas, los incendios de Frankfurt) y en otros, los más, a la radicalización y profundización del pensamiento político. Ésta es la época en la que Ulrike Meinhof formula más insistentemente un pensamiento socialista. Así escribe autocríticamente tras la última marcha contra las leyes de emergencia: "Hemos defendido la democracia política en vez de atacar a los poderes sociales, las asociaciones de empresarios, junto con sus dependencias en el Estado y en la sociedad misma [...]. Hemos argumentado contra las leyes de emergencia, en vez de luchar contra la fuerza de las grandes compañías. [...] No hemos realizado la defensa de la democracia como lucha por la democracia económico-social, como lucha de clase por debilitar a los propietarios de la sociedad" ("konkret", 6/1968).
Es una autocrítica emparentada con la crítica que dirige a los partidos comunistas de Occidente (por cierto, que el de Alemania intenta renacer legalmente por entonces mediante la fundación de uno nuevo, el Deutsche Kommunistiche Partei, DKP, el 28 de Septiembre de 1968): "Los partidos comunistas del oeste de Europa se han quedado parados en el estadio de las reformas sociales y el parlamentarismo" ("konkret", 7/1968). Seguramente anda Ulrike Meinhof más cerca de los sentimientos de la OEP en aquel momento que de la dieta alimenticia de los ciudadanos de la URSS cuando llama a la política jruschoviana "comunismo del gulasch". En cualquier caso, la invasión de Checoslovaquia por las tropas del pacto de Varsovia (21 de agosto de 1968) consolida, por un lado, la actitud crítica respecto de los partidos de la que fue III Internacional, pero, por otro, obliga a Ulrike Meinhof –como había obligado a Dutschke, meses antes, el previo desarrollo checo- a una profundización en los problemas del socialismo que la libera, al menos, de las versiones doctrinarías simplistas. En una de sus columnas mejor escritas escribió Ulrike Meinhof sobre el intento político de la mayoría Dubcek del PCCh varias consideraciones analíticas de interés en las que coincidía con otros observadores, y una aguda valoración del resultado cultural más decisivo del stalinismo: la despolitización de trabajadores en otro tiempo comunistas. Los hechos checos muestran, comenta Ulrike Meinhof, "lo poquísimo que habían conseguido los intentos stalinistas de politización mediante la agitación y la propaganda. La ingenuidad con la cual se hablaba antes de la invasión de un socialismo democrático de nuevo tipo, de compromiso con la Iglesia, de política antiimperialista, de una nueva formulación del marxismo, sin decir material y exactamente en que pensaba [...] es probablemente un producto de la despolitización masiva por obra de la política stalinista" ("konkret", 10/1968).
El balance de la OEP, y en general de la izquierda alemana, a finales de 1968, es bastante malo: los años de campaña contra los proyectos de leyes de emergencia, años de lucha por una interpretación democrática o incluso simplemente liberal de la Constitución, han terminado en derrota; el agotamiento del mayo francés y el contundente barrido electoral del sesentayochismo en Francia disipan muchas esperanzas descabelladamente alimentadas por aquellos jóvenes pequeño-burgueses y burgueses que se rebelaron contra el sistema sin tener experiencia, ni siquiera consciencia, de la base clasista en la que habrían tenido que reorientarse para cambiar de bando realmente; la política exterior de los países del Pacto de Varsovia –y muchos elementos de su política interior- quitan a otros esperanzas un tanto diferentes; en el seno de la OEP alemana, en su núcleo mejor organizado, está a la vista no ya una sintomática descomposición, sino la descomposición misma. En noviembre la Liga de Estudiantes Socialistas (SDS) intenta terminar en Hannover su XXIII conferencia de delegados, que ya no le había sido posible llevar a término dos meses antes en Frankfurt. La conferencia es un caos. Alguien distribuye, por ejemplo, entre los delegados, una octavilla que se puede traducir así:
Ffffffruuuuustraciónnnnn
Pal Culo
Esto es un congreso del SDS
Antes de terminar la conferencia se habían marchado como la mitad de los delegados, y también se habían ido algunos de los portavoces de mayor influencia en los años y meses anteriores, como Semmler o Lefèvre. Lo que hoy hacen estos dos hombres podría ilustrar, ahorrando palabras, las dos principales salidas de la descomposición de la Oposición Extraparlamentaria: Lefèvre ha vuelto a integrarse en el escalafón académico, con prometedores resultados, como es natural en un hombre de sus talentos; Semmler es hoy un dirigente del Partido Comunista (Marxista-Leninista) de Alemania (KPD-ML). Como queda dicho, el viejo partido comunista se reconstituyó mediante una nueva fundación en agosto (DKP); su organización juvenil, Spartakus, es una de las tendencias más fuertes de la izquierda marxista. Pero los resultados electorales de todas las formaciones comunistas son muy bajos. Es notable que queden incluso por debajo de los modestísimos –del orden del 3-4%- obtenidos por la Unión Alemana por la Paz de Renate Riemeck, la madre adoptiva de Ulrike Meinhof, en los años de represión más dura e ilegalidad de los comunistas. Pero en los ambientes universitarios, la catástrofe, tan poco gloriosa, del Sesenta y Ocho movió a renovar las formas clásicas de organización y lucha de la izquierda de clase. En este punto pierde seguramente mucha verdad la afirmación, hecha antes, de que la especial notoriedad de Ulrike Meinhof se debe a lo muy representativa que es de la nueva izquierda alemana. Por lo menos, ahora hay que reducir esa representatividad a la parte, muy minoritaria, de la vieja OEP que no se reintegró en el sistema, como lo hizo la mayoría, ni se decidió a engrosar y renovar la izquierda de clase tradicional, como lo hizo una minoría de cierta amplitud. Ulrike Meinhof siguió por de pronto practicando su periodismo crítico, en el que cada vez se percibe más su personal aprendizaje del Sesenta y Ocho y un desarrollo consecuente del mismo, dicho sea ignorando la cuestión de si ese desarrollo recoge o no realidad suficiente.
A finales de 1968 se celebró la vista contra Andreas Baader y Gudrun Ensslin, acusados de haber incendiado dos grandes almacenes de Frankfurt. El artículo de Ulrike Meinhof en el número 14 de "konkret" de 1968 crítica la ilusión de que actos como esos puedan desorganizar el aparato de producción y explotación. Pero no se distancia sin matices de los que siete años más tarde, en estos días, son sus compañeros de banquillo: "El momento progresivo del incendio de unos grandes almacenes no está en la destrucción de las mercancías; está en la criminalidad del hecho, en la violación de la ley". La que pocos meses antes, a raíz del atentado contra Dutschke, había llamado la atención sobre la necesidad de no practicar una contraviolencia que resultase incomprensible para los liberales no puede dejar ahora de suscribir la crítica de los incendios por el SDS, por ejemplo. También aquí con una reserva: "Pero queda también lo que ha dicho Fritz Teufel en la conferencia de delegados del SDS: 'Siempre es mejor quemar unos grandes almacenes que dirigir unos grandes almacenes'".
La actitud de Ulrike Meinhof respecto de los incendios de Frankfurt se compone con motivaciones varías, no siempre fáciles de mantener ensambladas en una síntesis política: hay un análisis político-social revolucionario que tiende a borrar el acotado bienpensante que separa el "crimen político" del "delito común". En este punto reaparece la afinidad, si no con el intelectual medio, si con el poeta. Böll dirá a la radiotelevisión de Hessen el 28 de enero de 1972: "considero en cualquier caso errónea la separación tajante entre lo político y lo criminal, error que, además, es intelectualmente insincero. Se puede incluso decir que una persona que para conseguir sobrevivir, para no morirse de hambre, tiene que robar en una sociedad es, naturalmente, también un criminal político. [...]".
Por otra parte, como lo sugiere la cita de Fritz Teufel reproducida, le está ganando a Ulrike Meinhof la natural repulsión por el apartamiento de lo fundamental, tan frecuente en la cotidianeidad política. La conferencia del SDS llevará razón al condenar los incendios de Frankfurt: pero no se olvide que "siempre es mejor", etc. Esta repugnancia se va extendiendo a los que sólo hablan, aunque hablen con la radical veracidad del poeta. En el volumen colectivo Revolution gegen den Staat, editado por H. Dollinger aquel año, Ulrike Meinhof escribe que "Decir revolución exige decirlo en serio" y que la palabra 'revolución' rompe tabúes –tabúes de medios cómodos y prestigiosos, como lo son los de los intelectuales tradicionales- y "corta el camino que lleva de la mala conciencia a la resignación".
Alusiones así indican una perdida de afinidad con la matriz social de la autora, no ya sólo con el profesional corriente, sino también con el verdadero poeta (o científico, o filósofo), veraz, pero preso de la palabra o limitado a ella. Hay que reconocer eso, y ver bajo esa luz el abandono de que la FER va siendo objeto por parte de sus antiguos simpatizantes en los medios cultos. Pero eso no es razón para fechar en un momento u otro de esa disociación una supuesta desorganización mental de Ulrike Meinhof que explicaría el irrealismo de su política y la reducción de su representatividad. Hasta tumores cerebrales ha aducido la prensa liberal, probablemente con la mejor intención. Hay que decir que no serían muy malignos esos tumores, si Ulrike Meinhof –a diferencia de su camarada Katharina Hammerschmidt, por ejemplo, muerta de cáncer a finales de junio, a los 30 años de edad, tras más de un año de pésima asistencia médica (si asistencia se puede llamar a eso) en el curso de su larga prisión preventiva en Berlín- sigue en pie desde que abandonó las últimas ilusiones sobre la evolución del capitalismo hacia la libertad.
Sus columnas de 1969 para "konkret" –las últimas- muestran un pensamiento político socialista mucho más radical, sin duda, que el que expusiera antes del Sesenta y ocho, pero de consistencia innegable, tanto en la estimación y construcción de los datos como en la argumentación. Dos ejemplos. Uno de consideración de objetivos del movimiento obrero, en este caso la codecisión o gestión paritaria de la industria: "La codecisión es un monstruito. La ley de consejos de empresa de 1920 era heredera directa del movimiento consejista de 1918/1919, resto de una revolución derrotada. La codecisión en la industria minera, en 1951, se impuso en la Dieta Federal bajo graves amenazas huelguísticas, como fósil de una renovación democrática que no ha tenido lugar en los demás sitios. La discusión de 1968/1969 sobre la codecisión, que tendrá también una función en la campaña electoral en puertas, se diagnostica por parte de los empresarios como cola de la rebelión estudiantil aquí y de las agitaciones en Francia. [...] La codecisión, igual en el marco del taller que en el de la empresa, no ha sido nunca producto de una fuerza obrera victoriosa, sino siempre de una fuerza obrera reducida a la defensiva" ("konkret", 3/1969).
Otro de estimación de la situación política: Ulrike Meinhof discrepa del análisis optimista que, como si estuviéramos en 1945, ve en curso en Europa un proceso de tranquila evolución democrática; ella advierte, por el contrario, un "proceso de fascistización de la República Federal y Berlín Oeste"; pero, sin embargo, eso no le impide reconocer que "desgraciadamente, todavía vale la pena hablar de la diferencia entre [el muy conservador] Schröder y [el ex-resistente democrático] Heinemann" ("konkret", 7/1969). El contexto es la elección presidencial.
A finales de 1968 Ulrike Meinhof se ha separado de su marido, el antiguo (no presente) editor de "konkret", Röhl, y se ha mudado con sus hijos a Berlín. Renate Riemeck cuenta que la vio por última vez a mediados de 1969. El 14 de mayo de 1970, la policía la identifica entre los miembros armados de la Fracción Ejército Rojo que liberan a Andreas Baader, y pone un precio de 10.000 DM a informes sobre su paradero que puedan dar pie a su captura. A tenor del bando de la policía, Ulrike Meinhof habría vivido hasta aquella mañana misma en la casa berlinesa alquilada a su nombre. Después de la liberación de Baader pasa a la clandestinidad. El 15 de Junio de 1972, poco después de la captura de Baader, Meins y Raspe, la policía la detiene en una casa del profesor de Hannover Fritz Rodewald, su denunciante, en la que había buscado refugio. El 13 de septiembre anuncia, con otros compañeros, la huelga de hambre en protesta por la incomunicación en el curso de la cual muere Holger Meins. También esta huelga de hambre, así como otros rasgos de la conducta de la FER en la cárcel, es para parte de la prensa liberal alemana un inicio de enajenación mental. Der Spiegel publica en su número 23 de 1975 pasos de un papel de Ulrike Meinhof fechado el 21 de octubre de 1974 e incautado en 52 ejemplares por funcionarios de prisiones en celdas ocupadas por detenidos de la FER. El papel hace sospechar que la información de los miembros de la FER, o de Ulrike Meinhof en particular, está deformada de un modo que los lleva a sobreestimar sus posibilidades: "¿en qué país extranjero no se preparan todavía manifest. etc. contra la embajada rfa. consulado general, instituto goethe, etc., contra las filiales de las grandes compañías rfa.? / ¿qué periódico extranjero no tiene todavía la declaración para la prensa? organizar para la prensa internacional una resolución internac. de protesta contra el gobierno federal." Pero la verdad es que las cárceles producen espejismos parecidos en presos de organizaciones revolucionarias de lo más clásico, de modo que esa circular no es razón suficiente para suponer especiales desvaríos de los presos de la FER. Más preocupante parece el estilo, tan poco propio de ella, de otro texto atribuido por la policía y el mismo semanario a Ulrike Meinhof. La convulsión y el descuido de esta forma de decir puede deberse a una duda ya adensada casi en angustia. Pero también el escribir corriendo, apoyándose en la rodilla y ante quien, arriesgándose, espera para recoger el papel y pasarlo, puede dar el mismo resultado: "Sólo la violencia ayuda donde la violencia impera y el amor al hombre no es posible más que en el ataque portador de muerte lleno de odio al imperialismo-fascismo".
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La misma extrema derecha alemana da una pista de interés acerca de los efectos políticos de la FER: la derecha, en efecto, empezó pronto a desinteresarse de la FER y a concentrar su atención sobre la izquierda socialista clásica. Bajo la fecha 27-I-1972 encontrará el lector la siguiente advertencia del comentarista Klaus Harpprecht: "El anarquismo adolescente de los [...] rodean a Ulrike es un diversivo al lado de los peligros verdaderos, que se muestran en la fría resolución de las organizaciones espartaquistas en las universidades." Y el antiguo dirigente del partido neo-nazi (Partido Nacional-Demócrata), Adolf von Thadden, amplía ese llamamiento (4-II-1972). ¿Prueba suficiente de que los de la FER, ya antes de ser unos pobres locos presos, eran unos pobres locos en libertad, inofensivos no sólo no sólo para el sistema social, sino incluso para la visión de éste por la extrema derecha? ¿O incluso algo peor que eso? Parte de la prensa liberal alemana ve en la FER la causante de las recientes medidas, legales o administrativas, con que el gobierno federal está reforzando el ejecutivo y haciéndolo más expeditivo y suelto de gatillo, al mismo tiempo que reduce las posibilidades de defensa de los procesados en general y de los de la FER en particular. Der Spiegel escribía en su nº 25 de este año que "los pistoleros [...] del bienestar han conseguido empujar la reacción de los guardianes del orden "hasta los límites" (canciller Schmidt) del estado de Derecho, y en algunos puntos incluso más allá. /
No es un azar que bastantes funcionarios huelan de nuevo en las escuelas de policía 'el moho restaurativo de otro tiempo', ni que dirigentes policiales como el jefe superior de Wuppertal se quejen de que 'el proceso hacia la policía amiga del ciudadano' ha sido frenado por el terrorismo, 'si no ya invertido con una tendencia inversa'. No sin motivo ponen en guardia renombrados profesores de Derecho contra una regresión legislativa en la que parece haber dado el parlamento de Bonn". Pero el encuestador del gran semanario liberal podría haber hecho notar al jefe superior de Wuppertal que el agente Kurras mató extrañamente a Benno Ohnesorg mucho antes de que existiera la FER ni nada parecido y los juristas podrían recordar que las leyes de emergencia no se pueden imputar a la ingenuidad de la Fracción, alguno de cuyos miembros no tendría más de diez años cuando el gobierno federal empezó a presentar ese proyecto legislativo a la Dieta. No hay dudas de que las leyes limitativas de la defensa de los acusados votadas en lo que va de año por la Dieta Federal tienen para la conciencia jurídica liberal la mácula de ser auténticamente leyes especiales, leges FER. Por ejemplo, contra el anterior procedimiento penal alemán, ahora queda limitado el número de defensores que puede nombrar un acusado; es posible excluir de una defensa al abogado sospechoso de complicidad con el defendido; se puede expulsar de la sala a un acusado y seguir su proceso; se admiten "testigos cruciales" de la acusación, gente que traiciona a sus coimputados y recibe en premio la impunidad suya, o una sentencia de especial lenidad; se controla, como en cualquier despotismo, la comunicación entre el preso "terrorista" y su defensor; se endurece la prisión preventiva de dicho preso "terrorista". También se altera el derecho penal material, introduciendo el tipo delictivo "formación de asociaciones terroristas". Y la administración de justicia no se ha retrasado mucho respecto del legislativo: a las pocas sesiones de juicio, ya están excluidas de la defensa de Andreas Baader tres abogados, o incluso de la defensa de cualquier otro de los procesados de Stuttgart-Stannheim.
En la izquierda hubo desde el principio, como es natural, crítica a la FER. Bajo la fecha 21-I-1972 el lector de este volumen encontrará la de Jurgen Seifert, un universitario naturaliter socialista: socialista de ideas y, antes que eso, de herencia, de manera de ser y de trato. Seifert se formó también en la Universidad de Münster y tiene casi la misma edad que Ulrike Meinhof. "Éste grupo que se da el nombre de Fracción Ejército Rojo", dice severamente Seifert en su discurso de la Escuela Técnica Superior de Hannover, "intenta desde hace dos años –por usar sus palabras- 'averiguar si es correcto organizar ahora ya la lucha armada'. Si todavía es capaz de análisis político, el grupo tiene que reconocer de una vez su fracaso". Y Junge Welt ("Mundo joven"), el periódico central de las juventudes comunistas alemanas (FDJ), luego de acusar de aventurerismo al grupo FER, razona por una línea leninista-stalinista sólida y tradicional: "Una antigua verdad cuenta con una nueva prueba: el que ignora las experiencias de la lucha de clases y se separa de ellas cae en las filas de la reacción. Los Baader-Meinhof se han extraviado en el laberinto de su teoría pseudorevolucionaria, están aislados en la periferia de la sociedad". "Han fracasado con su programa y se han convertido objetivamente en aliados de aquéllos contra los que hace dos años bajaron a la trinchera." (En este volumen, 25-I-1972.) Junge Welt añade a esa crítica –compartida prácticamente por toda la izquierda alemana- una observación de interés: "Poco han ayudado, en sus años de existencia [como grupo], a la reflexión sobre las tendencias políticas presentes en la República Federal". Es verdad. Es verdad si está dicho de toda la FER, no tanto de Ulrike Meinhof, como espero que se haya visto. Y cuando se lee ingenuidades como la de Gudrun Ensslin, para la cuál es, a estas alturas, un objetivo valioso conseguir que "los cerdos mismos se vean obligados a abolir su propia ideología", (¡como si a las grandes compañías se les diera algo de 'los valores espirituales de la civilización occidental' o del 'estado de Derecho'!), puede pasarle a uno lo que a Federica Montseny respecto de Daniel Cohn-Bendit cuando el Congreso Anarquista de Carrara de septiembre de 1968, que se limitó a comentar fríamente: "Le sentarían bien un par de bofetadas."
El acierto del sentido general de estas críticas –incluso de la muy expeditiva de la Montseny- parece fuera de duda. Pero sus formulaciones desembocan con facilidad en confusiones políticas bastante generalizadas en la izquierda durante esta resaca del Sesenta y Ocho. Se podría tomar como ejemplo, sin salirse de la antología que es el presente volumen, una frase más del discurso de Jürgen Seifert ya citado, aquella en la que critica a la FER por creer que "no se puede renunciar a una agudización de la lucha de clase ni siquiera cuando esa agudización produce fascismo abierto". Es verdad que el fascismo aparece como solución capitalista en los momentos de crisis y consiguiente agudización de la lucha de clases. Pero, por una parte, esa agudización no depende decisivamente de ningún grupo político, ni pequeño ni grande. Y, por otra, como también el socialismo requiere esa agudización, no parece que haya más alternativa a ésta que una eterna estabilización capitalista; la cual, como no parece que pueda serlo económica, habrá de ser política, con una forma u otra de represión, fascista policroma o fascista gris-burócrata. Es probable que la teoría y la práctica de la Fracción Ejército Rojo no tengan justificación política alguna (aunque siempre es mejor, parafraseando a Teufel, intentar echar a los mercaderes del templo que cambalachear con ellos). También es posible que entre las causas que expliquen la obnubilación política de los de la FER algunas arraiguen en flojeras científicas o morales. (Pero no es menor probable que otras arraiguen en robusteces de ambas clases: ver la carta de Mahler a Böll, en este volumen, 31-I-1972).
Pero al menos una de las causas puede impedir que algunos se queden satisfechos con la comprobación, tan obvia, de que la FER no va a ninguna parte, o con la recolección de "pruebas nuevas de viejas verdades". Esa causa es la citada confusión de la resaca del Sesenta y Ocho. La crisis que se ahonda y se alarga en las grandes sociedades capitalistas –crisis económica, crisis de concretas maneras de producir, crisis de instituciones, crisis políticas en algunos estados: crisis cultural, en suma- está originando ya desde hace algún tiempo medidas de defensa fascista del sistema, en las pintorescas formas del pasado, o en la sorprendente fórmula norteamericana hecha de corrupción y violencia, o en la forma legalista y burocrática de la que puede ser ejemplo algún aspecto de la presente evolución legislativa y ejecutiva alemana. Esta situación hará necesarias grandes concentraciones antifascistas cuya definición política global, como su contenido, tenga poco perfil. Pero de lo que no se ve ninguna necesidad es de presentar eufóricamente una situación semejante. Y, sin embargo, esto está ocurriendo en la izquierda con frecuencia cada vez mayor, confundiendo mucho el pensamiento. No es difícil dar en publicaciones de izquierdas con curiosos análisis sociales que se suponen críticos y afirman, por ejemplo, la neutralidad de órganos del Estado. O con fantasiosas perspectivas de una utopía reformista que ve evolucionar lisamente la sociedad hasta el socialismo desde el capitalismo, incluso desde una forma fascista de éste. Tesis que hasta hace relativamente poco tiempo se recibían como fruto irrelevante de la ignorancia –por ejemplo, la democracia social de Andrei Zajárov, en la que confluirían finalmente capitalismo y socialismo- o como gastados señuelos contrarrevolucionarios –por ejemplo, la vieja frase de la "tercera vía"- se oyen ahora a gentes que el público tiende a relacionar con la izquierda de clase. En medio de esa confusión, una insania política como la de Holger Meins se hace bastante comprensible, como si al negarse a comer se hubiera negado también a tragarse semejantes purés ideológicos. Muy poco antes de su muerte en prisión, al final de unas líneas que escribió, Meins garrapateó esta última frase: En medio no hay nada (Dazwischen gibt es nichts).