2012/08/18

Toda presa es politica

Margrit Schiller nació en 1948 y en pleno fervor juvenil, en 1968, estudiaba Psicología. En la década del setenta participó de una organización armada en Alemania (RAF) y estuvo presa –desde 1972 hasta 1979– en duras condiciones de aislamiento. Se asiló en Cuba y vivió en Uruguay. Decidió escribir un libro para contar su experiencia, sus dolores, errores y esperanzas. Entrevista realizada por Luciana Peker para Página12.
 

Tiene 62 años y vive en Berlín. Parece lejana, muy lejana, a la realidad argentina y, mucho más, al pasado vivo de la dictadura militar que heredó una economía neoliberal, treinta mil desaparecidos/as, torturados y torturadas, violadas en campos de detención, sustracción de menores, hijos e hijas y nietos y nietas sin madres, padres o abuelas, exiliados y presos/as políticos. Sin embargo, ella fue condenada por apoyar y pertenecer a una guerrilla: la Rote Armee Fraktion (RAF - Fracción del Ejército Rojo).
A diferencia de la ejecución del terrorismo de Estado en la Argentina, ella tuvo un proceso judicial. Pero, igual que muchas mujeres rioplatenses, Margrit Schiller fue una presa política en la década del setenta. Por eso, compartió su experiencia en un libro, Una dura batalla por los recuerdos, Mi experiencia en la lucha armada y la cárcel. Alemania (1971-1979), con epílogo de Osvaldo Bayer, que vino a presentar al país invitada por el Equipo de educación popular Pañuelos en Rebeldía y la Editorial América Libre.
En su libro cuenta: “Nací tres años después de la Segunda Guerra Mundial. Me levanté en el ‘68. Intenté juntarme con la guerrilla urbana y pasé, por eso, en los años setenta, casi siete años en la cárcel, en Alemania. En 1985 me fui a Cuba, recibí asilo político y nacieron mis hijos mellizos. En 1993 me mudé con mi familia cubana a Montevideo. Me integré a grupos de mujeres ex presas y escribí mi libro. Para poder garantizar nuestra sobrevivencia tuve que volver, en el 2003, a Alemania con mis hijos, que hoy tienen 21 años”.
En marzo de este año vino a la Argentina, donde se quedó fascinada por las librerías, se agitó por el impulso de la ciudad y visitó la cárcel de mujeres de Ezeiza. Allí se impactó, especialmente, con la historia de Karina Germano López, que está presa hace ocho años. “Me eriza la piel cada vez que pienso que en las ultimas instancias judiciales en contra de sus salidas transitorias estaban implicadas dos personas –fiscal y juez– responsables en la desaparición de su papá en 1976”, relata.

–¿Cómo fue su propia experiencia como presa política?
–Estuve casi siete años presa en diferentes cárceles en Alemania y en muy variadas condiciones: básicamente en diferentes formas de aislamiento. El aislamiento significa una lucha diaria contra la locura. La vida de una presa política, en las condiciones que sean, exige juntar toda la fuerza para que la cárcel no te quiebre. Y no siempre se puede: para mí hubo largos momentos de desesperación, de perder la orientación, y huelgas de hambre y hasta de sed.
–¿Su trato fue igual al de un hombre o hubo vejaciones especiales por ser mujer?
–La diferencia la hicieron los medios de prensa que insultaban a las mujeres. Nosotras aparecimos como locas, putas, enfermas mentales, lesbianas, ninfómanas, sin voluntad propia, dependientes de los hombres y violentas contra nuestra naturaleza.
–¿Qué coincidencias hay con otras mujeres de Uruguay o Argentina?
–Primeramente hay que decir que nosotras conocimos la tortura por aislamiento y no la tortura física, como en Uruguay y en Argentina. Mis compañeras ex presas uruguayas se espantaron cuando leyeron en mi libro cómo nos torturaron y dijeron: “Nunca hubiera aguantado eso” y para mí es al revés: me parece peor la tortura física. La conclusión es que no se puede comparar torturas ni hacer escalas entre mejor y peor. A pesar de las diferencias de las condiciones descubrimos enormes similitudes: nuestras formas de defendernos eran muy parecidas.
–¿Qué proceso se dio en Alemania después de la liberación?
–Ninguno. El año pasado y el anterior salieron un hombre y una mujer de la cárcel después de estar más de veintiséis años presos y los medios de comunicación armaron una gran campaña en contra de su liberación. En Alemania no hubo ningún cambio, no hay un antes y un después de una dictadura militar. Al revés: Europa se transforma en un gran castillo con muros altos para que no entren los que tienen hambre y ningún futuro.
–¿Por qué sintió la necesidad de plasmar su experiencia en un libro?
–Primeramente escribí porque tenía que liberarme de la experiencia de la cárcel y no tenía con quién hablar de eso. Y sentí la responsabilidad de dejar un testimonio sobre los años ‘60 y ‘70. Me frenaba la idea de que era una experiencia individual. Durante mi vida en Uruguay, y mis amistades con ex presas, me di cuenta de que mi experiencia era muy común, pero no se hablaba de eso.
–¿Cómo es su actual mirada sobre la lucha armada?
–Nosotros estábamos convencidos de la necesidad de la lucha armada. Esas ideas existían mundialmente: en Alemania, en Uruguay, en Argentina y también en Africa. Era una situación histórica. Pero nunca pensé que la única forma de lucha era la revolución armada. Hay muchas formas de luchar por una revolución y lamentablemente hay, también, muchas formas de impedirla. Estoy convencida de que el mundo de hoy es peor que el de los sesenta y que la humanidad necesita una revolución. Para lograrla hacen falta todos los esfuerzos posibles: crear medios de comunicación que no pertenezcan a los grandes monopolios, organizarse, ver dónde hay caminos y transitarlos. Estoy convencida de que nuestros hijos se van a levantar para hacer otro intento de parar eso.

Exilio, exilio y desexilio

La historia de Margrit Schiller. Guerrillera del Primer Mundo. Integró una organización violentista en Alemania. Estuvo presa en condiciones extremas. Llegó a Uruguay para rehacer su vida. Entrevista realizada por Leonardo Haberkornpara para elpais.com.uy


Margrit Schiller nació en Alemania en 1948. Creció en una familia conservadora, dirigida por un padre autoritario que le pegó cuando un novio le dio el primer beso y que guardaba un inmutable silencio sobre su desempeño durante los años de gobierno nazi y en la Segunda Guerra Mundial. Un rechazo por los valores familiares llevaron a Margrit a militar organizaciones estudiantiles contestatarias y de izquierda radical. Un día le pidieron que prestara su apartamento para una reunión clandestina de la Roten Armee Fraktion (Fracción del Ejército Rojo), el ala extrema de la izquierda alemana de entonces, que llevaba adelante una lucha armada contra el Estado. Así Schiller tomó contacto con la organización –guerrillera o terrorista, según los puntos de vista– que sería mundialmente conocida como la "banda Baader-Meinhof", por los apellidos de dos de sus líderes.
Schiller nunca fue una verdadera guerrillera. Cayó presa en 1971 luego de una fallida acción sin mayor importancia, consistente en llevar un auto de una ciudad a otra, para dejar una pista falsa que distrajera la policía. Hubo un tiroteo, pero fue incapaz de disparar.
En la cárcel, sin embargo, fue tratada con una dureza similar a la de los líderes de la organización (aunque Schiller al menos saldría viva). Liberada en 1973 fue nuevamente apresada en 1974, sin haber disparado otra vez siquiera un tiro. Fue internada en pabellones de aislamiento total: todos pintados de blanco, sin ventanas, aislados sonoramente, de modo que el tiempo transcurriese sin ningún estímulo externo. Realizó varias huelgas de hambre contra el régimen que padecía, y varias de ellas fueron interrumpidas a la fuerza. Finalmente, en la cárcel comprendió que no había nacido para ejercer la violencia y, cuando fue liberada por segunda vez en 1979, dejó el Ejército Rojo.
Sin embargo, no terminó de rehacer su vida y de reconciliarse consigo misma hasta no terminar el libro que acaba de publicarse en Montevideo y que le llevó a radicarse en Uruguay.

—¿Hace cuánto que empezó a escribir su libro?
—Lo empecé a escribir en 1991, en Cuba. Sentí la necesidad de contar nuestra historia, porque en Alemania, en los años 80, los jóvenes no sabían nada de lo que había sido nuestra experiencia. Pero una vez que comencé a escribir, se convirtió en una necesidad para mí. Necesitaba escribir mi historia para entender mejor lo que me había pasado, en cierto modo para sacármela de encima. Necesitaba hablar de aquellos años y en Cuba no podía hacerlo con nadie ya que nadie tiene la menor idea de que existió una guerrilla en Alemania, es algo incomprensible para ellos. Entonces escribir el libro se transformó en una conversación conmigo misma, en un monólogo que al final fue mi salvación.
—¿Cómo fue su vida una vez que salió de la cárcel?
—Cuando recobré la libertad en 1979 me integré a distintos grupos políticos de izquierda, legales. Yo había decidido dejar la lucha armada. Era una decisión muy profunda y firme. De todos modos, también me sumé a las campañas de solidaridad con mis ex compañeros que continuaban presos.
—¿Una vez en libertad pudo recomponer la relación con sus padres?
—Con mi madre me reconcilié, pero ella murió muy poco después en 1980. Mi padre vivió hasta 1988 pero nunca pude realmente aceptarlo. Aunque también me daba cuenta de que ya estaba demasiado viejo como para que yo lo siguiera peleando.
—De la lectura de su libro se puede concluir que el fracaso de su familia fue determinante en que usted ingresara a la lucha armada.
—Seguramente mi familia mostraba muchos de los rasgos más importantes de la sociedad alemana de entonces, que yo rechazaba. Pero la policía y los servicios de inteligencia del Estado intentaron explicar la adhesión de todos lo que se sumaron a la guerrilla por causas personales o familiares, y no lograron encontrar un patrón único. Y eso que han invertido mucho tiempo y esfuerzo en eso, y lo siguen haciendo. En el caso de los que fueron asesinados en la cárcel, les devolvieron a sus familias los cuerpos sin el cerebro. Todavía siguen estudiándolos, intentando encontrar un patrón que explique por qué eligieron la lucha armada. En mi caso, yo puedo ayudarlos en la investigación: una de las razones principales fue mi sentimiento de rebeldía frente a la injusticia.
—¿Usted está convencida de que sus compañeros fueron asesinados en la cárcel?
—Sí, los mataron. La investigación que hizo el Estado nunca pudo demostrar que se habían suicidado. La investigación que hicieron las familias de las víctimas nunca pudo demostrar que los habían matado, pero esto era muy difícil dadas las circunstancias.
—Pese a haberles dispensado un trato bestial y violatorio de los derechos humanos, la dictadura militar uruguaya respetó la vida de los líderes guerrilleros presos. ¿Cómo evalúa usted que, según su punto de vista, un gobierno democrático como el de Alemania asesinara a los líderes presos del Ejército Rojo?
—Lo que pasa es que a mí no me sorprende porque yo nunca creí en esa democracia. La historia de Europa está llena de este tipo de horrores.
—¿Sigue sin creer en esa democracia?
—Yo no creo en una forma de gobierno donde la única manera de participar sea votar cada cuatro años. Eso no es democracia. En este tipo de sistemas, las grandes transnacionales cometen un crimen atrás del otro, pero son crímenes de cuello blanco. Lo que hemos visto este año con Enron y Worldcom, que son sólo la punta del iceberg. Claro que los países que son el centro de este sistema logran así una enorme diferencia con los del Tercer Mundo: les imponen el libre comercio, aunque para un lado solo. Les hacen abrir sus fronteras a los países pobres para venderles todo lo que ellos quieren, pero no les permiten exportar, no los dejan entrar a sus ricos mercados y los condenan a seguir siendo pobres.
—¿Por eso dejó Alemania y se fue a vivir a Cuba?
—No. Entre 1979 y 1985 yo seguí militando en pro de la solidaridad con mis ex compañeros que seguían presos. Este tipo de militancia era una gran molestia para el Estado y estaba perseguida por la ley. Yo estaba permanentemente vigilada y en 1985 recibí información de que se me iba a apresar nuevamente. Existía una ley que decía que una persona encontrada culpable tres veces por el mismo delito podía ser condenada a cadena perpetua y querían que ese fuera mi caso. Yo ya había sido dos veces condenada por integrar la guerrilla y, aunque ya no participaba más de ella, el Estado quería tomar como excusa mi solidaridad con los presos para volver a condenarme y lograr darme la primera sentencia, ejemplarizante, de cadena perpetua. Por eso decidí irme de Alemania. En aquel momento Cuba me pareció el único lugar del mundo que querría recibirme.
—¿Cómo fue su llegada a Cuba?
—Muy pero muy difícil. No conocía a nadie. No sabía español. La cultura era totalmente opuesta a la mía: Alemania y Cuba son como dos planetas diferentes. Pero con el tiempo me fui adaptando y terminó siendo una experiencia muy enriquecedora. Me casé con un cubano, un músico, tuvimos dos hijos, eso me ayudó muchísimo a rehacer mi vida.
—¿Por qué dejó Cuba para venir a Uruguay entonces?
—Porque había empezado a escribir el libro y sentía que concluirlo era algo fundamental para terminar de rehacer mi vida, y en Cuba no podía avanzar: nadie sabía nada de lo que yo había vivido, nadie había vivido experiencias similares, no podía hablar con nadie de lo que me había pasado y de lo que estaba escribiendo y yo sentía que necesitaba hacerlo. Yo sabía que Uruguay era un país lleno de gente que había vivido el exilio y la cárcel.
—¿Cuba sí le pareció una democracia verdadera?
—Por la enorme gratitud y respeto que guardo hacia los países que me han acogido y me han permitido rehacer mi vida, no quiero hacer juicios de valor de ellos. Ni de Cuba ni de Uruguay.
—¿Cómo fue la llegada a Uruguay?
—También fue muy duro. Llegué en 1993 y Uruguay también era otro planeta. Mi marido y mis hijos extrañaban mucho Cuba, lloraban mucho. Para mí era muy difícil explicar que hacía acá: era una alemana con acento cubano. Todo el día pasaba explicando, explicando, explicando, era agotador. Económicamente también fueron tiempos muy difíciles: yo no sabía qué le iba dar de comer a mi familia el otro día. Mi marido era músico y en todos los lugares le ofrecían tocar... pero gratis.
—¿Finalmente se adaptó?
—Hice muchos amigos y encontré mucha gente con la que poder hablar para terminar mi libro, que era lo que yo quería. Me integré a un grupo de mujeres que habían estado presas o en el exilio. Por ejemplo, yo sentía que no era quién para contar mi experiencia en el Ejército Rojo, ya que, si bien había estado muchos año presa, yo había sido una integrante marginal en la organización. Acá en Uruguay vi que mucha gente, la mayoría de lo que habían estado presos, también habían sido marginales en la lucha armada, o ni siquiera habían participado. Eso me ayudó mucho a comprender mi historia personal. Económicamente, en cambio, las cosas no mejoraron. Empecé a dar clases de alemán, pero el dinero no alcanzaba. Pasé mucho años corriendo para pagar deudas, pensando que al otro año las cosas irían mejor. Pero los años se sucedieron y las cosas no mejoraron. Por eso es que en marzo vuelvo a Alemania. Además, mis hijos quieren conocer la otra parte de sus raíces.
—¿Qué piensa hoy sobre la violencia política?
—En el libro cuento que yo no puedo usar la violencia. Por eso es que no pude disparar ninguna de la veces que me vi en medio de un tiroteo. Cuando terminé de asumir en la cárcel que yo no podía usar la violencia fue cuando decidí dejar el Ejército Rojo. Pero no puedo dejar de reconocer que vivimos en un sistema violento y que a veces es necesario emplear la violencia para derrumbarlo. Creo que ese es un dilema, muy profundo, que sienten todos lo que quieren cambiar las enormes injusticias que existen en el mundo. Creo que la única persona que no tiene ningún dilema con la violencia es el señor Bush, que va y arroja sus bombas sin importarle cuántos inocentes mueran.
—¿Qué sintió cuando vio por televisión los atentados terroristas contra la Torres Gemelas en Nueva York?
—Fue terrible, espantoso, por toda la gente inocente que murió allí. Pero un segundo después me di cuenta que Estados Unidos iba a reaccionar de una manera mucho más violenta aun.
—¿No quiere opinar de política en Uruguay?
—No. Sólo quiero decir que acá la gente se culpa por la situación. Piensan que están haciendo algo mal y yo creo que en realidad Uruguay se está "africanizando" porque existe un proceso mundial tendiente a apropiares de las riqueza de los países del Tercer Mundo. ¿Donde está todo el dinero de los bancos vaciados? Mayoritariamente en Europa, y también en Estados Unidos. Es un sistema global que está fallando.

http://www.elpais.com.uy/Suple/QuePasa/03/01/04/quepasa_25098.asp