2011/05/15

Espacios para la nostalgia

Fragmento de Espacios para la nostalgía. Por qué no se hizo la revolución. De Bahman Nirumand.

La romántica implicación en los movimientos de liberación de los países del Tercer Mundo cegó a muchos no solo ante la realidad de estos países, sino también ante la de su propia sociedad. "¡Dos, tres, muchos Vietnams!", gritábamos en el Kurfürstendamm de Berlín. Como es bien sabido, aquella entusiasta adhesión a una utopía fue la perdición de muchos. Me he quedado en el recuerdo una conversación con Ulrike Meinhof, la última que mantuve con ella. Nos conocíamos hace tiempo, y podíamos hablar sin tapujos el uno con el otro. A diferencia de muchos izquierdistas que se habían unido al movimiento a través de posiciones teóricas y del estudio de las obras de Marx, Lenin, Stalin o Mao Tse Tung, y de los que simplemente se habían sumado a la moda, las actividades políticas de Ulrike estaban basadas en un carácter profundamente humano: en sus palabras podían leerse claramente su implicación moral y su indignación.
Un día Ulrike llamó a nuestra puerta. En aquel momento yo estaba pintando de rojo el marco de las ventanas de la cocina. "¿Pero qué haces? -me preguntó acusadora-, ¿cómo puedes pintar tus ventanas cuando hay tanta miseria en el mundo? Ayer murieron miles de vietnamitas, víctimas de las bombas estadounidenses, millones de personas mueren de hambre en tu país (Irán) y en otros lugares, decenas de miles están siendo torturadas en prisiones. ¿Cómo puedes aceptar esos crímenes con tanta despreocupación? ¿Cómo puedes renovar tan tranquilo tu casa?"
Ulrike nunca había hablado conmigo en un tono tan radical y obsesivo. Parecía extremadamente nerviosa, caminando constantemente por la cocina. "¿Qué te pasa?", le pregunté.
"He decidido poner fin de una vez a esta hipócrita vida burguesa y aceptar las consecuencias de sumarme a la lucha. Las pamemas de los izquierdistas de salón solo sirven para incrementar las posibilidades de supervivencia del capitalismo. Tenemos que desenmascarar al Estado, obligarle a mostrar su verdadero rostro. Solo así será posible preparar aquí la revolución, despertar a la gente de su letargo. Tenemos que plantear y responder aquí y ahora la cuestión de la contraviolencia revolucionaria".
Su voz, estridente y temblorosa, y su mirada insegura e inquisitiva me confirmaron que con sus palabras no era capaz siquiera de convencerse a sí misma. Por eso intenté contrarrestar sus argumentos para que cambiase de opinión. "No creerás en serio que un puñado de personas armadas puede hacerle siquiera un arañazo al aparato del poder en Alemania -le respondí-. Sí lo que a ti te preocupa es la concienciación, la movilización de la gente contra la represión del Estado, no me entra en la cabeza que puedas hacerlo mejor con la metralleta que con la pluma. Tú eres una periodista de prestigio. Tus artículos los leen cada semana decenas de miles de personas, y surten efecto".
"Te equivocas -dijo Ulrike-, ¿por qué piensas que un grupo militante será menos efectivo en la lucha contra el aparato del Estado que las publicaciones de un par de juntapalabras que no siquiera son capaces de hacer frente a la prensa reaccionaria? Mis artículos los leen normalmente quienes están de acuerdo con ellos. La derecha, en cambio, los usa como hoja de parra de la democracia. ¿Pero tú sabes cómo temblarían y lo mucho que te bailarían el agua los poderosos a poco que reconociesen el más mínimo peligro para su poder y para ellos mismos? Ése es precisamente el cobarde rostro del capitalismo, ésas son las máscaras que tenemos que arrancarles con acciones armadas".
Nuestra conversación se alargó durante horas. Mis esfuerzos fueron en vano. No hubo forma de disuadir a Ulrike. No volví a verla nunca más.

Espacios para la nostalgia. Por qué no se hizo la revolución. Está escrito por Bahman Nirumand y es un capítulo del libro La Rebelión del 68, editado por Global Rhythm en castellano en 2007. Por cierto un libro horrible de Cohn Bendit y Rüdiger Dammann, que en la edición española va adornado por una faja con una frase de José María Aznar.