Intervención de Rudi Dutschke en la Universidad Libre de Berlín en julio de 1967; y publicadas en "El final de la utopía" de Herbert Marcuse.
En los últimos días habíamos reprimido no sólo la cuestión de Egipto e Israel, sino también la cuestión de la Unión Soviética y la de la República Popular China. Hoy es absolutamente necesario discutirlas a propósito del Vietnam. Me referiré pues a lo que se suele llamar el segundo mundo, la posición china, soviética y de las democracias populares en el proceso de contraposición mundial no ya entre este y oeste, sino entre dominio históricamente superfluo, miseria, hambre y guerra por una parte y, por otra, liberación históricamente posible del mundo actual acaracterizado por la guerra, el hambre, la opresión y la manipulación. Entender esto es de importancia decisiva.
Che Guevara, como es sabido, ha dicho lo siguiente acerca de ese problema:
“Hay una penosa realidad: Vietnam, esa nación que representa las aspiraciones, las esperanzas de victoria de todo un mundo preterido, está trágicamente solo. Ese pueblo debe soportar los embates de la técnica norteamericana, casi a mansalva en el sur, con algunas posibilidades de defensa en el norte, pero siempre solo. La solidaridad del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga ironía que significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria. El imperialismo norteamericano es culpable de agresión; sus crímenes son inmensos y repartidos por todo el orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable del territorio socialista, corriendo, sí, los riesgos de una guerra de alcance mundial, pero también obligando a una decisión a los imperialistas norteamericanos. Y son culpables los que mantienen una guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del campo socialista”
Hasta aquí Che Guevara. La cuestión que habría que aclarar es si las actitudes soviética y china tienen un carácter de necesidad histórica o se deben a una falta de voluntad revolucionaria en la Unión Soviética, en las democracias populares y acaso también en China. Creo que la actitud soviética tiene un carácter todavía objetivo y estructural. El sistema de instituciones que domina en la Unión Soviética se caracteriza por el hecho de no permitir ningún diálogo crítico creador entre el partido y las masas. El sustantivo sistema de dominio de la burocracia, el entrelazamiento del partido con el aparato del estado y la separación existente, desde hace decenios, entre el partido y las masas suministra el fundamento de la ambigüedad, el fundamento de las oscilaciones mencheviques de la Unión Soviética, la cual da con la mano izquierda armas y municiones a la revolución vietnamita y apoya con la mano derecha la corrompida burguesía india, sostiene con préstamos al criminal régimen del Shah, prohíbe la insurrección armada a los comunistas de la América Latina, con lo cual introduce la escisión política en el seno mismo de la revolución e impide la vietnamización de la América Latina.
Pero la novedad consiste en que revolución y partido comunista han dejado de querer decir lo mismo. En Bolivia los comunistas se enteraron de la existencia de guerrillas en el sur por la prensa del gobierno, y no se lo creyeron. Las derrotas de las tropas gubernamentales bolivianas por unas guerrillas muy probablemente dirigidas por Che Guevara convencieron finalmente a los comunistas, los cuales empezaron a hablar de intervención cubana en los asuntos bolivianos. Así se puede llegar a los vertederos de la historia; pero a pesar de todo, los hombres que no están dispuestos a aceptar la perpetuación de la miseria y de la minoría de edad moral seguirán su lucha emancipadora y desarrollarán nuevas formas de organización de la lucha revolucionaria.
Tenemos ante nosotros una situación completamente nueva que hemos de entender incluso para nuestras luchas aquí en las metrópolis. La posición china se distingue estructuralmente, en mi opinión, de la posición soviética. La larga lucha de la revolución china entre 1923 y la victoria tras la segunda guerra mundial, y la continuación de la revolución hasta hoy han permitido superar siempre y repetidamente la separación de partido y masas mediante campañas sistemáticas contra la burocratización y la recapitalización en la consciencia y en la economía. Pero a pesar de todo no hay que subestimar las dificultades de la lucha china. La preparación contra la amenaza de agresión por parte de los Estados Unidos, las dificultades de política interior en la transición desde una base industrial muy poco desarrollada hacia una nación industrial socialista y desarrollada nos permite adivinar algo de aquella situación nada simple. Pero tampoco hemos de pasar por alto que los análisis internacionales de los camaradas chinos –sobre Indonesia Israel, Egipto o Argelia- no aciertan con el centro de esas luchas. Esto se debe en mi opinión a la tesis básica de la teoría de la revolución permanente, la tesis según la cual la teoría y la táctica de la lucha nacional de liberación dependen en primera y última instancia de los pueblos, y no pueden ser definidas por otras naciones.
Creo que el problema de la pugna entre la Unión Soviética y China, ya aludido por Guevara, no tiene el carácter de necesidad histórica que desde el principio puse en duda. O sea: que hay que eliminar esas resentidas peleas para que sea más eficaz la lucha en el Tercer Mundo y para conseguir una solidaridad concreta de todas las fuerzas disponibles contra la opresión. Estoy de acuerdo con Che Guevara en que ha llegado la hora de pasar a último plano las diferencias que existen entre las diversas fuerzas opuestas a la sociedad del dominio, y de ponerlo todo al servicio de la lucha contra el imperialismo. Todos sabemos que el mundo que lucha por la libertad está sacudido por grandes discrepancias, y no podemos disimularlo. También sabemos que esas discrepancias han llegado a tomar tal carácter, a agudizarse de tal modo, que el diálogo y la reconciliación son muy difíciles. Es tarea inútil la de buscar métodos para un diálogo que los contrincantes evitan. Pero ahí enfrente está el enemigo. Golpea cada día y amenaza con nuevos golpes. Y esos golpes nos unirán, dice Che Guevara, hoy, mañana o pasado mañana. Los que lo notan y se preparan para la unificación necesaria contarán con el reconocimiento de los pueblos.
Nosotros, en las metrópolis (ésta es una discusión que tenemos que realizar), tenemos que contribuir a que se produzca una mediación entre el segundo y el tercero. En esa mediación entre el segundo y el tercero tendríamos nuestra posición política propia, más allá del capitalismo y del socialismo existente, allí podríamos elaborarla concretamente, y desde ella deberíamos realizar nuestra lucha contra el sistema aquí existente. Hemos entendido ya que tenemos que desarrollar una posición situada más allá de la falsa alternativa este-oeste. Nuestra identificación es exclusivamente la lucha por conseguir una situación digna del hombre en todo el mundo.
En los últimos días habíamos reprimido no sólo la cuestión de Egipto e Israel, sino también la cuestión de la Unión Soviética y la de la República Popular China. Hoy es absolutamente necesario discutirlas a propósito del Vietnam. Me referiré pues a lo que se suele llamar el segundo mundo, la posición china, soviética y de las democracias populares en el proceso de contraposición mundial no ya entre este y oeste, sino entre dominio históricamente superfluo, miseria, hambre y guerra por una parte y, por otra, liberación históricamente posible del mundo actual acaracterizado por la guerra, el hambre, la opresión y la manipulación. Entender esto es de importancia decisiva.
Che Guevara, como es sabido, ha dicho lo siguiente acerca de ese problema:
“Hay una penosa realidad: Vietnam, esa nación que representa las aspiraciones, las esperanzas de victoria de todo un mundo preterido, está trágicamente solo. Ese pueblo debe soportar los embates de la técnica norteamericana, casi a mansalva en el sur, con algunas posibilidades de defensa en el norte, pero siempre solo. La solidaridad del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga ironía que significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria. El imperialismo norteamericano es culpable de agresión; sus crímenes son inmensos y repartidos por todo el orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable del territorio socialista, corriendo, sí, los riesgos de una guerra de alcance mundial, pero también obligando a una decisión a los imperialistas norteamericanos. Y son culpables los que mantienen una guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del campo socialista”
Hasta aquí Che Guevara. La cuestión que habría que aclarar es si las actitudes soviética y china tienen un carácter de necesidad histórica o se deben a una falta de voluntad revolucionaria en la Unión Soviética, en las democracias populares y acaso también en China. Creo que la actitud soviética tiene un carácter todavía objetivo y estructural. El sistema de instituciones que domina en la Unión Soviética se caracteriza por el hecho de no permitir ningún diálogo crítico creador entre el partido y las masas. El sustantivo sistema de dominio de la burocracia, el entrelazamiento del partido con el aparato del estado y la separación existente, desde hace decenios, entre el partido y las masas suministra el fundamento de la ambigüedad, el fundamento de las oscilaciones mencheviques de la Unión Soviética, la cual da con la mano izquierda armas y municiones a la revolución vietnamita y apoya con la mano derecha la corrompida burguesía india, sostiene con préstamos al criminal régimen del Shah, prohíbe la insurrección armada a los comunistas de la América Latina, con lo cual introduce la escisión política en el seno mismo de la revolución e impide la vietnamización de la América Latina.
Pero la novedad consiste en que revolución y partido comunista han dejado de querer decir lo mismo. En Bolivia los comunistas se enteraron de la existencia de guerrillas en el sur por la prensa del gobierno, y no se lo creyeron. Las derrotas de las tropas gubernamentales bolivianas por unas guerrillas muy probablemente dirigidas por Che Guevara convencieron finalmente a los comunistas, los cuales empezaron a hablar de intervención cubana en los asuntos bolivianos. Así se puede llegar a los vertederos de la historia; pero a pesar de todo, los hombres que no están dispuestos a aceptar la perpetuación de la miseria y de la minoría de edad moral seguirán su lucha emancipadora y desarrollarán nuevas formas de organización de la lucha revolucionaria.
Tenemos ante nosotros una situación completamente nueva que hemos de entender incluso para nuestras luchas aquí en las metrópolis. La posición china se distingue estructuralmente, en mi opinión, de la posición soviética. La larga lucha de la revolución china entre 1923 y la victoria tras la segunda guerra mundial, y la continuación de la revolución hasta hoy han permitido superar siempre y repetidamente la separación de partido y masas mediante campañas sistemáticas contra la burocratización y la recapitalización en la consciencia y en la economía. Pero a pesar de todo no hay que subestimar las dificultades de la lucha china. La preparación contra la amenaza de agresión por parte de los Estados Unidos, las dificultades de política interior en la transición desde una base industrial muy poco desarrollada hacia una nación industrial socialista y desarrollada nos permite adivinar algo de aquella situación nada simple. Pero tampoco hemos de pasar por alto que los análisis internacionales de los camaradas chinos –sobre Indonesia Israel, Egipto o Argelia- no aciertan con el centro de esas luchas. Esto se debe en mi opinión a la tesis básica de la teoría de la revolución permanente, la tesis según la cual la teoría y la táctica de la lucha nacional de liberación dependen en primera y última instancia de los pueblos, y no pueden ser definidas por otras naciones.
Creo que el problema de la pugna entre la Unión Soviética y China, ya aludido por Guevara, no tiene el carácter de necesidad histórica que desde el principio puse en duda. O sea: que hay que eliminar esas resentidas peleas para que sea más eficaz la lucha en el Tercer Mundo y para conseguir una solidaridad concreta de todas las fuerzas disponibles contra la opresión. Estoy de acuerdo con Che Guevara en que ha llegado la hora de pasar a último plano las diferencias que existen entre las diversas fuerzas opuestas a la sociedad del dominio, y de ponerlo todo al servicio de la lucha contra el imperialismo. Todos sabemos que el mundo que lucha por la libertad está sacudido por grandes discrepancias, y no podemos disimularlo. También sabemos que esas discrepancias han llegado a tomar tal carácter, a agudizarse de tal modo, que el diálogo y la reconciliación son muy difíciles. Es tarea inútil la de buscar métodos para un diálogo que los contrincantes evitan. Pero ahí enfrente está el enemigo. Golpea cada día y amenaza con nuevos golpes. Y esos golpes nos unirán, dice Che Guevara, hoy, mañana o pasado mañana. Los que lo notan y se preparan para la unificación necesaria contarán con el reconocimiento de los pueblos.
Nosotros, en las metrópolis (ésta es una discusión que tenemos que realizar), tenemos que contribuir a que se produzca una mediación entre el segundo y el tercero. En esa mediación entre el segundo y el tercero tendríamos nuestra posición política propia, más allá del capitalismo y del socialismo existente, allí podríamos elaborarla concretamente, y desde ella deberíamos realizar nuestra lucha contra el sistema aquí existente. Hemos entendido ya que tenemos que desarrollar una posición situada más allá de la falsa alternativa este-oeste. Nuestra identificación es exclusivamente la lucha por conseguir una situación digna del hombre en todo el mundo.