Los muchos años que Uli Edel lleva refugiado profesionalmente en la televisión le han convertido en un realizador del montón, que nada tiene que ver ya con quien llevó a la pantalla grande “Yo, Cristina F.” o “Última salida: Brooklyn”. Aquel espíritu trasgresor y provocativo de sus comienzos ha dado paso a una dinámica artificiosa y a una espectacularidad vacía, puestas en “RAF: Facción del Ejército Rojo” al servicio del productor Bernd Eichinger, un viejo zorro que sabe explotar las zonas oscuras de la historia reciente alemana. Esta película sobre la Baader-Meinhof sólo puede convencer a las nuevas generaciones que no vivieron los acontecimientos narrados, o al público desinformado en general. No se presta a ningún análisis interpretativo, ya que se limita a ofrecer datos objetivos fuera de todo enfoque, en una aséptica sucesión de viñetas animadas. Esa falta de posicionamiento ideológico persigue la polémica fácil, al no contentar a ninguna de las partes implicadas.
La única y decisiva subjetividad que maneja “RAF: Facción del Ejército Rojo” es la relativa a la recreación de los personajes reales, convertidos en una burda caricatura de los mismos, a la manera de los controvertidos retratos de famosos llevados a cabo por Oliver Stone. De esta forma es muy difícil tomarse en serio a Andreas Baader, Ulrike Meinhof y el resto de sus compañeros, sometidos todos ellos a la desfiguración de los estereotipos de los años 60 y 70, como si las protestas estudiantiles y la actitud del rock fueran, en términos generacionales, exactamente la misma cosa. En consecuencia, la guerrilla urbana aparece reducida a las aventuras de un grupo de burguesitos jugando a la revolución, que, cuando no consiguen sus objetivos o lo que ellos quieren, se suicidan. Y, digo esto, porque Uli Edel se lava las manos en todo lo concerniente al proceso de Stammheim y su cierre en falso, sin aclarar mínimamente los crímenes de Estado.